Nicolás Roerich (San Petersburgo, 1874 – Kullu, 1947) es uno de esos hombres inquietos que a lo largo de su vida tocan todos los palos: arqueólogo, viajero, escritor, pintor, escenógrafo y, por encima de todo, un místico e idealista capaz de recorrer Asia durante años en busca de la ciudad perdida de Shambhala, uno de esos mitos cuya existencia real, como la de la Atlántida, nunca ha podido demostrarse
Miembro de la alta sociedad de la Rusia zarista, Roerich estudió Derecho por deseo de su padre y Bellas Artes por vocación propia. En 1901 se casa con Helena Ivanovna, hija de un archiduque, que a lo largo de su vida sería su fiel compañera y juntos viajan por toda Europa. Tras la revolución rusa se instalan en Finlandia, país que inspira a Roerich una larga serie de cuadros. En 1920 se traslada a Estados Unidos invitado por el Chicago Art Institute y allí expone 400 lienzos. En 1921, en Nueva York, funda el Master Institute of United Arts, en el cual trata de poner en práctica su idea de enseñar juntas todas las artes: pintura, música, canto, danza, teatro, cerámica, alfarería, dibujo… Roerich no sólo sigue pintando, sino que además escribe una colección de sesenta y cuatro poemas en verso libre que fueron publicados en Berlín, en ruso, bajo el título de Flores de Morya, y en inglés como Flame in Chalice (La llama en el cáliz).
En 1923 Roerich, con su esposa y su hijo, llega a la India, se traslada a Sikkim, al pie de los Himalayas, e inicia un viaje de exploración que le lleva hasta el Turquestán chino, Altai, Mongolia y Tibet. La crónica de este viaje está recogida en su libro El Corazón de Asia. Roerich es el perfecto ejemplo de viajero en el que el viaje exterior va en paralelo con el interior, ya que la obra citada es, por una parte, un clásico libro de viajes, donde se describen paisajes y accidentes geográficos, se cuentan anécdotas y costumbres de los pueblos que se visitan y se narran las penurias de los viajeros, como el calor del desierto de Taklamakán, la falta de oxígeno debida a la altura del paso de Karakorum, los vientos helados en las estepas tibetanas o los ataques de bandidos tártaros; pero además en el relato está siempre presente la mítica Shambhala como una ciudad invisible que apareciera y desapareciera entre la niebla, y que hace las veces de un eje alrededor del cual gira en espiral la vida y cuyo centro el viajero nunca conseguirá alcanzar.
Durante este viaje, que dura 5 años, Roerich pinta 500 lienzos. Estas pinturas asiáticas -que inspiraron entre otros a H.P. Lovecraft- son las más celebradas: representan la grandiosidad de la naturaleza de los parajes que recorrió: montañas inaccesibles, cielos inmensos, el blanco azulado de la nieve, los tonos naranjas y rojos del sol y las sombras moradas. Y de estos paisajes surgen en ocasiones figuras de legendarios guerreros y de personajes solitarios, filósofos, lamas e incluso dioses. Igual que en sus textos, el interior y el exterior del ser humano se reflejan en las pinturas. “Si se pretende pintar los Himalayas teniendo enfrente los Alpes, faltará algo, imponderable pero real“, escribió Nicolás Roerich.
Al regreso de este viaje los Roerich se instalan definitivamente en Kullu (India), al pie de los Himalayas. Al año siguiente, Nicolás Roerich viaja a Nueva York, donde propone el uso de la llamada Bandera de la Paz, símbolo diseñado por él mismo, para proteger los bienes culturales en caso de guerra. En muchos de sus planteamientos filosóficos y artísticos, Roerich fue un adelantado a su tiempo y hora es de descubrirlo. Sus 7.000 pinturas se reparten hoy en 250 museos, el principal es el Nicholas Roerich Museum de Nueva York.
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